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Channel: Las Malas Juntas » Vol. 48
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¿No fue aquel martes?

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Portada-Quinones

Yara Liceaga (Puerto Rico)

uno

Anochece y apenas puedo seguir escribiendo
Sei-Shonagon

Era la cara llena de borrones y tachaduras lo que me hacía pensar en mi propia fantasía. Sobre el cristal del carro observaba mi rostro absorta, que era atravesado por el juego de un nuevo modo de caligrafiar la mirada del reflejo con el propio rostro. Un esfuerzo crudo por recorrer cada uno de los caracteres que se dibujaban desordenados acabó por desvanecer el lado izquierdo de la oreja, la mejilla, un puñado de pelo ajado y la construcción de un nuevo trazo para la tinta. Volvía a anochecerme la cara. Una raya, como parte de otras torturas concentradas, desembocaba en el supuesto de que su intento comenzaba a ahogarse. Mucho peor que liquidarse, palidecía. Poco a poco no era el rostro lo que era.

uno y medio

Quién no se ha preguntado:
¿soy un monstruo o es esto ser una persona?

Clarica Lispector

Ya había cedido el semblante, así que la mujer no caminaba propiamente, sino  que dependía de una mano, muchos ojos, sabe Dios cuántas bocas, para ir construyendo sus pisadas, que daban contra el asfalto como rogando que la calle fuera río, que su imagen fuera absorbida por el agua para llevarla al centro de la mismísima tierra. En la deformación de estos pensamientos hubo que detenerse. Por ejemplo,

dos

Luego, a la noche, mientras estaba sentada en la galería, vino un niño con una sombrilla abierta en una mano y una carta en la otra…. “La lluvia que acrecienta el agua” era el mensaje.
Sei-Shonagon

Llovía. Quizá no llovía. Era la brizna la gota. La gota un ojo que se abalanzaba contra la figura, contra la sinuosidad de la figura, humedeciéndola. La carta, la sombrilla, el niño, eran todo lo que comenzaba a aparecer como una imagen tornasolada, impidiendo mantener alguno dentro del alcance de la contemplación de cada cual. No bien aparecía uno, el niño, desaparecía al instante para emerger la carta o la sombrilla. Permanecían los ojos lloviéndola. Él, que estaba presente, era a la vez el niño y la sombrilla. Fue entornando la mirada para que ella alejara el río, el agua en que se estaba transformando. Todo pasó a un segundo plano cuando la carta comenzó a recitar su contenido.

dos y medio

tu voz
en este no poder salirse las cosas
de mi mirada.

Alejandra Pizarnik

Debe ser este el comienzo, en este contacto, mientras se acumula mi tacto como la superficie de la oscuridad que te aplasta por estas horas, con el peso de la noche arrinconándote en mi sensibilidad acariciada por veinte pinceles que meten la cuchara para robarte un poco de piel, entre sus dientes de hebras.  Eso te asegura que la mañana no será nunca. Voy a colocarte muy mal el corazón. El rumor del incienso se enterrará junto con esta voz cuando te arda ese mismo corazón para que no sea mi imagen la que te revele mi presencia. Quiero comunicarte de una vez la distancia. He intentado varias veces, pero interfiere la llovizna. De este lado me gusta pensar que duermes sobre una mancha de tinta o que eres mi pincel.

No bien la carta mencionó la palabra pincel, su voz comenzó a distorsionarse y a subir y a bajar de volumen como una bocina mal conectada o un disco de vinil que se tocara en retroceso. Yo me trasladé hacia el lado menos claro de la galería, a esperar porque él, que estaba todavía transformado en la carta, en la voz de la carta, reaccionara ante su propio enredo sonoro. Fue definiéndose cada vez más que lo que quería era extraerse el recuerdo que funcionaba como una carraspera eterna. Ya no me podía ver desde la esquina donde le observaba sin rostro, con el cuerpo intermitente como una presencia lumínica que tiene las ondulaciones del fuego fatuo.

tres

Alguien ha roto una carta y la ha arrojado al piso.
Recojo los pedazos y me encuentro que muchos de ellos encajan.

Sei-Shonagon

Tomó la carta alargando el brazo, por instantes transparente, y sin que pudiera notarlo. Retiró la mano con fuerza. La carta, el hombre, se desmembraba frente a su cara ausente. Algo lo destrozaba, hacía caer sus miembros. Algo hacía añicos el papel, que caía estruendoso como calcando el sonido de una caverna en pleno derrumbe. El hombre iba dibujando en el suelo la sangre de su cuerpo de papel, con sus propios pedazos regados por el viento, que anunciaban la llovizna.

Al verlo descuartizado, emitió un ruido que quien lo percibió hubo de morir al instante. Hizo una reverencia, y se acuclilló frente al cuerpo inerte, destrozado, desordenado, levantado por el viento y vuelto a tirar contra el piso. Reunió los pedazos en el traje que llevaba, lentamente. Notó que muchos de ellos correspondían uno con el otro. La lluvia continuaba su deseo de acrecentar el agua en las cercanías que era ella. Con un puñado de papel en la mano, salió corriendo atravesando los charcos y hundiendo los pies en el fango, que a veces le mordía los dedos.

tres y medio

Me sueño no sé quién…
Fernando Pessoa

Al cerrar la puerta, coloqué los pedazos de la carta que pude rescatar encima de un balde de aluminio puesto al revés. Me despojé de vestiduras. El cabello goteaba y manchaba mi pecho de lluvia. Puse las rodillas sobre el piso, dispuesta a leer lo que quedaba del hombre en mi cubo gris.

Una vez tuve partes del hombre recompuestas, quedé mirando su figura deforme durante días.

No me levanté de la mirada.

Yara Liceaga (1977). Curadora/coordinadora de las lecturas multi-disciplinarias multi-medios Poetry Is Busy desde el 2010. Actualmente colabora con periódicos y revistas de su país mientras realiza una maestría en Administración y Gestión Cultural de lU Universidad de Puerto Rico. Su primer libro El mundo no es otra cosa, se publicará  en otoño 2013.


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