Quantcast
Viewing all articles
Browse latest Browse all 9

Billy’s Bar

Marithelma Costa (Puerto Rico)

Todo es circunstancial y evolutivo
A José Olivio Jiménez

Estoy segura de que en el bar que hay frente a mi casa suceden cosas raras. Desde hace meses llevo un diario donde describo los acontecimientos que han llamado mi atención, con su fecha y hora precisas. Lo guardo debajo de la cama junto a un sobre con las fotos que he ido tomando. Si por alguna razón este mensaje se retrasa y deciden acabar conmigo, espero que usted tenga a bien el rescatarlo y se lo entregue a la policía.

Todo comenzó el año pasado para estas mismas fechas. Estaba asomada a la ventana para ver si en el cambio de turno de las bailarinas del bar, descubría a alguna maestra de la escuela con problemas económicos. Aún no había terminado de enfocar los prismáticos cuando me percaté de que por la puerta trasera, salía un joven vestido de verde a quien le faltaba el brazo derecho. Aunque han pasado meses desde aquel infausto día, todavía lo recuerdo nítidamente. Eran las siete, reinaba un calor insoportable y el muchacho, cuya chaqueta estaba manchada de sangre, se escabulló entre las bolsas de la basura como si alguien, o algo, lo estuviera persiguiendo.

Me imagino que pensará que desde que ganamos el caso y me mandan a casa el cheque por incapacidad, ando un poco trastornada. Con el aplomo que demostró en los argumentos de mi defensa mientras yo me desmoronaba, estará arguyendo que el que un manco salga de la trastienda de un bar de mala muerte, es perfectamente verosímil. Después de todo desde que se cayeron las Torres Gemelas, está el tullido que hace orilla. Pero lo que me debe de creer es que  hace meses no he vuelto a tener ataques de pánico ni tics nerviosos.

Pero basta de digresiones: no dispongo de tiempo, no puedo darme el lujo de perder el hilo. Una semana más tarde volví a sentarme frente a la ventana armada de mis binoculares y mi cámara fotográfica, y justo al enfocar la entrada del bar, salió un sesentón con una gorra de los Mets, un abrigo color crema  y sin ninguna de sus dos orejas. Aunque hubiera podido olvidar la cara de tragedia del primer muchacho, la deformidad del nuevo cliente resultaba aterradora. Mientras disparaba las fotos, me di cuenta de que sus heridas estaban frescas. En la trastienda del bar topless estaba sucediendo algo serio.

El mes siguiente no aconteció nada digno de consignar en este diario. Así pues, decidí entrar al bar para estudiarlo por dentro. Como intuía que algo terrible podía sucederme, invité a mi amigo Francisco para que me acompañara. Pero el muy falso se disculpó explicándome que, desde que lo agarró la hepatitis C, ya no frecuenta bares de cabareteras. En vista del fracaso, traté de ponerme en contacto con varias colegas de la escuela del Bronx donde daba clases de español antes de mi primera crisis de nervios. Pero aunque no me lo dijeron claramente, a nadie le pareció oportuno poner en jaque su prestigio para internarse conmigo en aquel tugurio.

Image may be NSFW.
Clik here to view.
Christophe-Blain-Isaac-le-pirate

No tenía más remedio que armarme de valor y explorar el bar sin ayuda. Me vestí con una chaqueta liviana, una falda-pantalón cómoda y unos zapatos de goma. A fin de no levantar sospechas, antes de abrir la pesada puerta, tiré la colilla del cigarrillo en la acera y, aparentemente despreocupada, bajé los tres escalones que marcaban la frontera entre la tarde soleada y aquel submundo nocturno.

Aunque en la ciudad imperaba un calor que se podían freír huevos en las capotas de los carros, adentro hacía un fresquito delicioso. La media luz  del bar coincidía con la del bolero que sonaba en la vellonera. Sin embargo, la penumbra general no me impidió notar que el local estaba forrado de espejos y además había lamparitas chinas en cada una de las paredes.

Me senté en la barra, pedí una cerveza e intenté relajar los nervios. Cuando terminó la pieza, se abrió el grueso cortinón de terciopelo rojo del fondo y salió la primera chica. Sonaba ahora un rock melódico muy a tono con la rubia platinada que se contoneaba sensual frente a nosotros.

La bailarina, quien no contaba con más de diecisiete años, se fue deshaciendo lentamente de la poca ropa que la cubría. Primero se quitó la chaquetita de lentejuelas color fucsia y la minifalda de raso negra, dejándose las botas de tacones. A cada pieza que volaba por el aire, los parroquianos parecían perder el interés. Cuando sólo le quedaban el g-string plateado y las medias de malla, el local comenzó a llenarse de gente. Aunque me había quedado embobada observando sus lujuriosos movimientos, recordé el objetivo de mi visita y me concentré en los clientes.

La situación me pareció de lo más extraña: aunque de los retazos de  conversación que llegaban hasta mí podía deducir que el grupo se citaba en el bar  a menudo, jamás había visto a ninguno de aquellos sujetos entrar por la puerta del establecimiento. Terminó el número. La chica juntó sus propinas y desapareció por un largo pasillo. Pedí otra cerveza y comenzó a sonar una melodía que nunca había escuchado. La cortina se abrió de nuevo y salió una negra impresionante cubierta de velos azules. Me dio un vuelco el corazón: iba a presenciar la danza de vientre que desde meses atrás se anunciaba con letras doradas en la vitrina de la Sexta Avenida. Recuerdo que por vez primera los recién llegados hicieron silencio y la Gran Victoria  comenzó a girar entre las mesas.

Cuando se hubo quitado la mayoría de los velos y comenzaban a brillar las cadenas de oro que decoraban su cintura, la vedette se detuvo frente a un joven, lo agarró de la mano, y antes de que terminara la música, desaparecieron detrás de la cortina. Tomé nota mental del afortunado, pagué mis cervezas -que me salieron más baratas de lo que suponía-, y me dispuse a volver a casa. Por si alguien me seguía, di un largo paseo por la Calle 14 y, como acababa de cambiar el cheque de la pensión y las tiendas aún estaban abiertas, compré unos visillos para la sala, una alfombrita para la cocina y alquilé varias películas.

Entré en casa pasadas las once, me tomé una dosis doble de somníferos, y soñé que jugaba a la ruleta rusa con el bartender. Al día siguiente volví a apostarme en mi ventana, esta vez protegida por la cortina doble. Durante una semana no sucedió nada sobresaliente. Vi a varias bailarinas entrar con ropa ligera y salir con inmensos shopping bags color rojo vino.

Había comenzado a pensar que tanto el muchacho manco como el hombre sin orejas, eran productos de las inyecciones que me pone mi médica cada vez que la visito. Estaba a punto de olvidarme del asunto cuando un sábado, hacia las dos de la tarde, salió el joven que se había ganado los favores de Victoria. Llevaba un abrigo de pelo de camello y había perdido todo el pelo.

Por primera vez sentí miedo. Sospeché que detrás de aquellos gruesos cortinones, se llevaban a cabo ritos eróticos tremebundos. Como me moría de curiosidad por desentrañar el misterio, le encendí una vela a la Virgen y, armada de valor, volví al tugurio.

Recuerdo que llovía a cántaros. Para que nadie me reconociera, me puse un pañuelo en la cabeza, gafas de sol y mi gabardina. Entré en el local silvando Guantanamera. El camarero me saludó cortés y me sirvió la misma cerveza de barril que había pedido en mi primera visita. Como de costumbre había media docena de clientes y todo se hallaba en penumbra. Pero aquella tarde alguien sufría mal de amores, pues en la vellonera no paraba de sonar la salsa erótica.

El solista cantaba: “Cuando cambie tu destino, cuando se acabe el camino, búscame…”, y un par de clientes se secaron los ojos. Escuché de lejos: “Amores como el nuestro cada vez hay menos…”, y comencé a sentir un nudo en la garganta. El camarero percibió mi reacción y logró salvarme de la crisis sirviéndome otra cerveza con un platito de almendras. Cuando me hube recompuesto, la bailarina estrella del show, la gran diva del Billy’s Bar, estaba sentada junto a mí envuelta en una inmensa capa de plumas azules. Era una mujer despampanante. Me agarró por la barbilla y me preguntó en un leve susurro: “¿Te quieres venir con nosotras?”

Al volver en mí, ya ella estaba en la tarima moviéndose con su ritmo felino. Los boleros y la salsa habían sido sustituidos por una música de jazz que arañaba el alma. Primero se desprendió de su capa de plumas y ésta vino a caer a mis pies, produciéndome un leve  espasmo en el bajo vientre. Entonces Victoria comenzó a moverse en círculos con sus velos azules y a agitar el broche de diamantes que lucía en el ombligo. Sus ojos me miraban apasionados y su cuerpo, blando y tibio, me atraía. Mi ídolo daba vueltas a pocos pies de distancia y sólo la separaban de la desnudez absoluta las tapitas de lentejuelas doradas que escondían sus pezones y el minúsculo triángulo del pubis.

Estaba comenzando a frotarse la entrepierna con sus guantes de raso, cuando se abrió la puerta de la calle, entraron el calvo, el gacho y el chico manco con abrigos largos color crema; y se sentaron en una mesita  del fondo. La sirena del camión de bomberos que se escuchó cuando abrieron la puerta, me hizo reaccionar a tiempo. Salí del sopor en que había caído, pagué las cervezas y me fui sin mirar atrás, ni despedirme de mi ángel de fuego. Debo confesarle que esa noche cometí un error imperdonable: crucé la avenida y entré en mi edificio sin tomar precaución alguna.

Hace dos semanas que no salgo de la cama. No me atrevo a llamar a la médica y se me han acabado todas las pastillas. Cuando cierro los ojos, Victoria surge entre las sombras transformada en una diosa tántrica que me agarra con brazos y piernas.

He decidido mandarle esta nota porque necesito que me cambie el cheque de la pensión que recibo gracias a sus servicios. Licenciada: usted es mi último recurso. Si no me echa una mano, estoy perdida. Sé que si no logro escapar, una de estas noches tocarán a mi puerta y me veré obligada a bajar al bar, para que Victoria y su gente cumplan lo prometido.

Image may be NSFW.
Clik here to view.
Marithelma Costa, poeta y narradora, es autora de tres poemarios y varios libros de entrevistas. También ha publicado numerosos estudios sobre la literatura española y puertorriqueña. Desde 1988 enseña literatura en Hunter College de la City University of New York. Es autora de la novela Era el fin del mundo.

Image may be NSFW.
Clik here to view.
Image may be NSFW.
Clik here to view.

Viewing all articles
Browse latest Browse all 9

Trending Articles